Para Dios todo lo que hace y vive un cristiano es un pretexto
para evangelizar. Desde las acciones más simples de la vida hasta las que consideramos
de mayor trascendencia, tienen en última instancia sentido en Cristo.
A veces miramos nuestra vida dividida en compartimentos, como
si fuera ese ropero donde ponemos en un cajón la ropa de noche, en otro los
calcetines y las medias, en otro la ropa interior, y en otro la de lana. Aislada,
de nada nos sirve, necesitamos vestirnos con toda ella para que nos sea útil,
nos abrigue y nos veamos bien. Cada aspecto de la vida es importante: el matrimonio
y el amor, la vida sexual, la economía del hogar y el trabajo, la entretención
y la cultura, la vida espiritual y la iglesia, los hijos y los nietos, la
vocación y las habilidades personales, etc. Estos no son aspectos aislados en
compartimentos o estancos distintos y distantes, sino por el contrario, están
muy unidos porque forman nuestra persona, lo que somos, lo que Dios ha hecho de
nosotros.
Toda nuestra vida es como una gran tela, tejida y urdida a
través del tiempo con experiencias de todo tipo, alegres y tristes, exitosas a
veces y otras decepcionantes, tiempos buenos y malos, de amor, amistad,
satisfacción, pero también soledad; tiempos de aprendizaje, trabajo, reflexión;
tiempos de hacer tantas cosas, conocer tantas personas... y todo ello ha sido
tejido por el Espíritu Santo de Dios.
Hemos orado por tantas situaciones; servido, discipulado,
ayudado y pastoreado a tantas personas... nada ha sido inútil, sino parte de
nuestro trabajo en esta vida, el cumplimiento de la misión encargada por el
Señor. En verdad sea que cocine, escriba, cante, predique, ore, converse,
escuche, haga reír, visite, en fin haga lo que haga un cristiano, Dios actúa en
él y a través de él.
Si ofrezco con amor un exquisito plato preparado por mis
manos, estoy ofreciendo el amor de Dios encerrado en mi corazón, ya que soy sal
de la tierra y en mí vive el más sabroso alimento que es Cristo.
Si escribo un poema, un cuento, una novela, en fin un texto
bien inspirado y lo regalo al mundo, en él van los pensamientos de Dios, porque
tenemos la mente de Cristo.
Si canto esa canción, sea propia o ajena, con el mayor gozo e
inspiración del alma, así como lo hizo el rey David, estaré entregando algo más
que notas y melodía, estaré traspasando un mensaje de esperanza y salvación a
mi prójimo.
Si predico con pasión, con ternura e inteligencia, la Palabra
del Señor, para que los oyentes le conozcan a Él, sin pretender nada más, habré
hecho el mejor servicio.
Y si oro por los míos, los amigos, los vecinos, mi ciudad y
mi país; si oro por el mundo entero, escondido en mi habitación, seré premiado
con el gozo de estar en comunión con el Creador.
Si converso donde vaya, en forma sencilla, escuchando las
inquietudes, dudas o problemas del otro, poniendo atención a sus necesidades y
le doy algún consejo o una palabra orientadora, estaré sembrando amor en el
sendero, una semilla divina en la tierra necesitada.
Si tu don es hacer reír con gestos y palabras, tu paso por
esta vida será una luz en medio de las tinieblas, como aquellos fuegos
pirotécnicos que estallan en el cielo e iluminan los rostros de los espectadores;
ellos piden que no cese el espectáculo y sólo quieren seguir disfrutando de
tanta belleza.
Si tu llamado es visitar al enfermo, al desvalido, al que se
quedó solo, a la viuda o al anciano, estarás llevando al Nazareno dentro de ti,
y tus ojos verán y mirarán como Él, de tus labios saldrán sus palabras, tus
manos serán sus manos al saludar y bendecir, y el corazón del visitado se
volverá al Señor.
Si trabajas en la fábrica, la oficina, la escuela, el
hospital, la casa, la calle, donde sea y lo haces con todo tu ánimo y amor,
estarás brindando el más grande servicio a los hombres, pero sobre todo a Dios,
porque tu trabajo hablará de Él.
Recuerda: Todo cuanto hagas, hablará de Jesucristo. “Y todo
lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor...” (Colosenses 3:23)
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