lunes, 6 de abril de 2015

HACEDLO TODO PARA LA GLORIA DE DIOS.


 
Si soy una persona libre, podré hacer cualquier cosa, pero siempre debo considerar que “Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica.” Es lícito que beba alguna bebida alcohólica, pero no es conveniente que me emborrache o me convierta en un alcohólico. Por otro lado, no voy a estar dando un buen ejemplo a mis hijos. Podemos hacerlo todo, siempre que no nos denigre moralmente o nos enferme, o sea algo repudiado por Dios.
Un principio importante a tener en cuenta al ejercer mi libertad es el amor al prójimo: “Ninguno busque su propio bien, sino el del otro.” Si siempre consideráramos qué es lo que hace bien a mi esposo o esposa, a mis hijos, compañeros de trabajo, amigos, no dañaríamos a nadie. ¡Cuántos errores hemos cometido por no considerar este principio, con el pretexto de que soy libre! Es cierto que somos libres, pero cuidado, que esta libertad no dañe a la gente. Ejerciendo mi libertad de expresión puedo herir con mi lengua; haciendo uso de mi libertad de protestar ante lo que considero injusto, puedo destruir la ciudad; soy libre, mas eso no me faculta para el libertinaje.
Como soy libre, puedo comer y beber a gusto. Dice la Biblia: “De todo lo que se vende en la carnicería, comed, sin preguntar nada por motivos de conciencia; porque del Señor es la tierra y su plenitud.” Todo ha sido creado por Dios y por lo tanto es bueno, tomando las providencias del caso. No voy a comer una carne putrefacta o un fruto venenoso. Alimentaré el cuerpo con comida sana. Una cosa es la fe y otra la medicina. Creo que todo es bueno porque fue creado por un Dios bondadoso. Pero también obedeceré sus prevenciones respecto a la comida. Y mi libertad no se verá afectada por ello. Coma o no coma sigo siendo libre.
“Si algún incrédulo os invita, y queréis ir, de todo lo que se os ponga delante comed, sin preguntar nada por motivos de conciencia.” Sea por razones de salud o religiosas, en nuestra sociedad nos encontramos con personas que no beben licor, no toman café ni te, no comen carne, cerdo, etc. Cada uno es respetable. En mi caso, me considero libre de esas leyes y si alguien me invita a comer a su casa, como de todo lo que me sirven, sin preguntar, sólo que me privo de sal y azúcar. Todo esto es personal.
En los tiempos del imperio romano, se sacrificaba animales a los dioses paganos. La carne de esos animales era vendida en los templos. Algunos pensaban que los cristianos no debían comprar ni comer esa carne. A veces los que no son creyentes piensan más en lo que nosotros los cristianos debemos o no hacer, y están pendientes de nuestra conducta. Por tal motivo el apóstol Pablo les aconseja a los cristianos de esa época: “Mas si alguien os dijere: Esto fue sacrificado a los ídolos; no lo comáis, por causa de aquel que lo declaró, y por motivos de conciencia”
Si la otra persona se va a sentir mal con nuestra conducta, mejor no lo hagamos y abstengámonos de esa comida o bebida. Si el otro va a tener una idea negativa de nuestra fe, tal vez sea mejor la abstención. Ni la comida ni la bebida me dominen, sino al contrario, pueda yo dominarlas. Pero todo esto no es por causa mía sino del otro, su conciencia débil en cuanto a la fe y la libertad. “La conciencia, digo, no la tuya, sino la del otro.”
La Escritura no es tajante en este punto y no nos ordena actuar en plena libertad ni tampoco someternos a la conciencia del otro. Más bien lo deja a nuestro criterio “Pues ¿por qué se ha de juzgar mi libertad por la conciencia de otro? Y si yo con agradecimiento participo, ¿por qué he de ser censurado por aquello de que doy gracias?” Si al comer damos gracias a Dios, todo alimento es bendecido y limpio.
En verdad depende del nivel de fe de cada uno cómo actuar, y del compromiso que tenga en la expansión del Evangelio. “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios. No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni a la iglesia de Dios; como también yo en todas las cosas agrado a todos, no procurando mi propio beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos.”
Los textos entre comillas corresponden a 1 Corintios 10:23-33.

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