Hoy en día en muchos lugares, además de las iglesias, se está
hablando de la “espiritualidad”. Tal vez por los momentos conflictivos que vive
el planeta en términos ecológicos, sociales, políticos, económicos, morales... hay
un creciente interés en aquel campo prácticamente inexplorado desde la mirada
científica y racional. Hasta hoy la espiritualidad ha sido territorio sólo de
la mística, la teología, la religión y la metafísica.
Cabe preguntarnos entonces, qué es la espiritualidad. La raíz
de esta palabra es “espíritu”. No puede haber espiritualidad si no hay
espíritu. Alguien es considerado más o menos espiritual, si es que cultiva o no
su espíritu. Se puede creer o no creer en la existencia del espíritu. Algunos reducen el ser humano a dos
componentes: el físico y el psíquico, es decir el cuerpo y la mente. Desde su
perspectiva no habría un tercer elemento en el ser humano, como lo plantea la
mayoría de las religiones: el espíritu, parte inmaterial del hombre capaz de
contactarse con la divinidad.
Para los hebreos el espíritu es el “pneuma”, el “soplo de
vida” dado por Dios al ser humano. Otros llaman espíritu al alma racional del
hombre, la “psique” capaz de pensar, imaginar, crear, en fin manifestarse de un
modo extraordinariamente superior a los animales. Algunos asignan la calidad de
espiritual al ser sensible y artista. Todos estos acercamientos a la
“espiritualidad” tienen un concepto en común: la espiritualidad descansa o se
expresa como algo sutil y superior en el hombre y la mujer. No es una capacidad
menor o que diga relación con aspectos burdos del ser humano.
Al parecer la “espiritualidad” está relacionada con la
trascendencia. El ser religioso quiere trascender más allá de la vida, a la
dimensión de Dios. El artista quiere trascender a una visión superior del arte,
con una obra original que lo perpetúe. El filósofo quiere abandonar la
ignorancia y trascender al conocimiento superior, la sabiduría. En todos los
quehaceres humanos (ciencia, política, arte, tecnología, educación, etc.) habrá
personas que quieran alcanzar algo indefinible que está más allá de su quehacer
y de ellos mismos. Eso es la “espiritualidad”.
Todos los seres humanos de algún modo anhelan y buscan la
trascendencia, y necesitan desarrollar su espiritualidad. El camino de Jesús es
una alternativa de espiritualidad, muy efectivo si lo abrazamos y tomamos en
serio. Es más que una religión o una forma de pensamiento. Ser cristiano es
seguir a un Maestro llamado Jesús, el Cristo, quien es ejemplo vivo de lo que
enseñó cuando estuvo en esta tierra. Es ponerse bajo su dirección espiritual,
la que es altamente segura por su sabiduría, y someter el alma en obediencia,
lo cual produce paz y confianza. Es transformarse en uno de sus discípulos, experimentando
en carne propia el verdadero amor, que se expresa en una relación libre con
Dios y la misericordia para con todo prójimo.
Ser un fanático que desprecia otras formas de fe, no es ser
cristiano. Ser alguien cuyo único tema de conversación es su propia religión y
todo lo remite a ese punto, no es ser cristiano. Ser un legalista que prohíbe
comidas, bebidas, bailes y otras actividades humanas, por considerarlas
paganas, eso no es ser cristiano al modo de Jesús. Rechazar toda filosofía,
religión o planteamiento que no sea el mío, sin razonar, ese no es el verdadero
espíritu del Evangelio. La intolerancia, la rigidez de pensamiento, el
legalismo y la falta de amor son actitudes muy negativas que sólo dañan y
destruyen la “espiritualidad”.
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