miércoles, 1 de abril de 2015

UNA ESPIRITUALIDAD SANA.

 
 
Hoy en día en muchos lugares, además de las iglesias, se está hablando de la “espiritualidad”. Tal vez por los momentos conflictivos que vive el planeta en términos ecológicos, sociales, políticos, económicos, morales... hay un creciente interés en aquel campo prácticamente inexplorado desde la mirada científica y racional. Hasta hoy la espiritualidad ha sido territorio sólo de la mística, la teología, la religión y la metafísica.
 
Cabe preguntarnos entonces, qué es la espiritualidad. La raíz de esta palabra es “espíritu”. No puede haber espiritualidad si no hay espíritu. Alguien es considerado más o menos espiritual, si es que cultiva o no su espíritu. Se puede creer o no creer en la existencia del espíritu.  Algunos reducen el ser humano a dos componentes: el físico y el psíquico, es decir el cuerpo y la mente. Desde su perspectiva no habría un tercer elemento en el ser humano, como lo plantea la mayoría de las religiones: el espíritu, parte inmaterial del hombre capaz de contactarse con la divinidad.
Para los hebreos el espíritu es el “pneuma”, el “soplo de vida” dado por Dios al ser humano. Otros llaman espíritu al alma racional del hombre, la “psique” capaz de pensar, imaginar, crear, en fin manifestarse de un modo extraordinariamente superior a los animales. Algunos asignan la calidad de espiritual al ser sensible y artista. Todos estos acercamientos a la “espiritualidad” tienen un concepto en común: la espiritualidad descansa o se expresa como algo sutil y superior en el hombre y la mujer. No es una capacidad menor o que diga relación con aspectos burdos del ser humano.
Al parecer la “espiritualidad” está relacionada con la trascendencia. El ser religioso quiere trascender más allá de la vida, a la dimensión de Dios. El artista quiere trascender a una visión superior del arte, con una obra original que lo perpetúe. El filósofo quiere abandonar la ignorancia y trascender al conocimiento superior, la sabiduría. En todos los quehaceres humanos (ciencia, política, arte, tecnología, educación, etc.) habrá personas que quieran alcanzar algo indefinible que está más allá de su quehacer y de ellos mismos. Eso es la “espiritualidad”.
Todos los seres humanos de algún modo anhelan y buscan la trascendencia, y necesitan desarrollar su espiritualidad. El camino de Jesús es una alternativa de espiritualidad, muy efectivo si lo abrazamos y tomamos en serio. Es más que una religión o una forma de pensamiento. Ser cristiano es seguir a un Maestro llamado Jesús, el Cristo, quien es ejemplo vivo de lo que enseñó cuando estuvo en esta tierra. Es ponerse bajo su dirección espiritual, la que es altamente segura por su sabiduría, y someter el alma en obediencia, lo cual produce paz y confianza. Es transformarse en uno de sus discípulos, experimentando en carne propia el verdadero amor, que se expresa en una relación libre con Dios y la misericordia para con todo prójimo.
Ser un fanático que desprecia otras formas de fe, no es ser cristiano. Ser alguien cuyo único tema de conversación es su propia religión y todo lo remite a ese punto, no es ser cristiano. Ser un legalista que prohíbe comidas, bebidas, bailes y otras actividades humanas, por considerarlas paganas, eso no es ser cristiano al modo de Jesús. Rechazar toda filosofía, religión o planteamiento que no sea el mío, sin razonar, ese no es el verdadero espíritu del Evangelio. La intolerancia, la rigidez de pensamiento, el legalismo y la falta de amor son actitudes muy negativas que sólo dañan y destruyen la “espiritualidad”.
 

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