sábado, 6 de junio de 2015

QUE TODOS SEAN UNO.


 
¿Qué es ser cristiano? Esta pregunta surge en nuestra mente cuando se escuchan opiniones como las siguientes: “No asisto a una iglesia católica ni evangélica, sino a un templo cristiano”; “Desde que soy cristiano actúo así, porque antes era católico”; “Es más importante ser católico que cristiano”; “No todo el grupo es cristiano, también hay católicos y luteranos”; etc., etc. De estas aseveraciones se desprende la triste realidad de los creyentes en Jesucristo: que están desunidos y no tienen claridad sobre lo que es la Iglesia ni qué significa ser cristiano.
Para aclarar estas ideas es necesario retroceder a los tiempos de Jesucristo y sus apóstoles. El pueblo hebreo practicaba el judaísmo, basado en la Torá o Ley de Moisés, y se agrupaba en distintas formas de interpretación de los maestros de la Ley, los escribas y los sacerdotes. Estas sectas eran los fariseos, los saduceos, los esenios, los terapeutas, los nazareos y las comunidades proféticas. También estaban los movimientos políticos dentro del pueblo judío, como los zelotes, los herodianos y los samaritanos. Por otro lado estaban las distintas religiones de Roma, Egipto, Grecia, etc. cada una con su propio panteón de dioses. Los romanos eran muy religiosos y tenían todo tipo de deidades públicas y privadas.
En este contexto socio-religioso aparece Jesucristo con un mensaje monoteísta (un solo Dios) y teocéntrico (el centro de todo es Dios). El Evangelio es la buena nueva del Reino de los Cielos, Dios quiere gobernar al ser humano; una prédica para todos, sin importar su condición social, su nacionalidad, su sexo ni la cultura a la que pertenezca. Jesucristo presenta un mensaje liberador de mentes, cuerpos y espíritus; sana a los enfermos, liberta de culpas, reconcilia con Dios. Rubrica su doctrina dando su vida en la cruz para que toda persona que crea en Él, pueda heredar todos los beneficios de su enseñanza. Antes de morir encarga a sus apóstoles: “Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; / enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” (San Mateo 28:19,20)
Así nació la religión cristiana. Se desprendió del judaísmo. Los discípulos de Jesús fueron llamados “cristianos” por primera vez en Antioquía. Y eran nominados de esta forma porque creían y hablaban siempre acerca de su maestro fundador, Cristo. Este es un buen punto a considerar: Quien cree en Jesucristo, estudia y practica sus enseñanzas y da a conocer su persona y obra, debe ser nominado como “cristiano”.
Como en el judaísmo y como en todas las religiones del planeta (islam, hinduismo, taoísmo, budismo, etc.), también en el cristianismo se ha dado una diversidad de interpretaciones y tendencias doctrinales que han venido a generar distintas “denominaciones” o “iglesias”. Pero en verdad el cristianismo y la Iglesia son un solo cuerpo. Nos separan el fondo y la forma, en mayor o menor medida, en que entendemos y practicamos las enseñanzas de Jesús y los apóstoles.
Si hacemos la pregunta inicial a cristianos católicos, presbiterianos, luteranos, bautistas, pentecostales, apostólicos, etc. tal vez haya fuertes diferencias de opinión para definir lo que es un cristiano. Es muy probable que estas diferencias estén sustentadas en la mayor o menor importancia que algunos dan a la acción y otros a la fe. Las posturas radicales o fundamentalistas tienden a dejar fuera del cristianismo a los que no asumen su propia posición, lo que determina división y acusaciones de herejía, lo cual está muy lejos de lo que el fundador de nuestra fe pidiera al Padre en su oración en la última cena:
“He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. / Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; / porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste. / Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, / y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. / Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros.” (San Juan 17:6-11)
El buen cristiano es uno con su hermano, sin importarle cuál es su doctrina, la liturgia que sigue o qué forma de gobierno tiene su iglesia, con tal que ame y crea en el mismo Señor que murió por todos.  

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