lunes, 27 de abril de 2015

TODO CUANTO HAGAMOS, HABLARÁ DE CRISTO.

 
Para Dios todo lo que hace y vive un cristiano es un pretexto para evangelizar. Desde las acciones más simples de la vida hasta las que consideramos de mayor trascendencia, tienen en última instancia sentido en Cristo.

A veces miramos nuestra vida dividida en compartimentos, como si fuera ese ropero donde ponemos en un cajón la ropa de noche, en otro los calcetines y las medias, en otro la ropa interior, y en otro la de lana. Aislada, de nada nos sirve, necesitamos vestirnos con toda ella para que nos sea útil, nos abrigue y nos veamos bien. Cada aspecto de la vida es importante: el matrimonio y el amor, la vida sexual, la economía del hogar y el trabajo, la entretención y la cultura, la vida espiritual y la iglesia, los hijos y los nietos, la vocación y las habilidades personales, etc. Estos no son aspectos aislados en compartimentos o estancos distintos y distantes, sino por el contrario, están muy unidos porque forman nuestra persona, lo que somos, lo que Dios ha hecho de nosotros.
Toda nuestra vida es como una gran tela, tejida y urdida a través del tiempo con experiencias de todo tipo, alegres y tristes, exitosas a veces y otras decepcionantes, tiempos buenos y malos, de amor, amistad, satisfacción, pero también soledad; tiempos de aprendizaje, trabajo, reflexión; tiempos de hacer tantas cosas, conocer tantas personas... y todo ello ha sido tejido por el Espíritu Santo de Dios.
Hemos orado por tantas situaciones; servido, discipulado, ayudado y pastoreado a tantas personas... nada ha sido inútil, sino parte de nuestro trabajo en esta vida, el cumplimiento de la misión encargada por el Señor. En verdad sea que cocine, escriba, cante, predique, ore, converse, escuche, haga reír, visite, en fin haga lo que haga un cristiano, Dios actúa en él y a través de él.
Si ofrezco con amor un exquisito plato preparado por mis manos, estoy ofreciendo el amor de Dios encerrado en mi corazón, ya que soy sal de la tierra y en mí vive el más sabroso alimento que es Cristo.
Si escribo un poema, un cuento, una novela, en fin un texto bien inspirado y lo regalo al mundo, en él van los pensamientos de Dios, porque tenemos la mente de Cristo.
Si canto esa canción, sea propia o ajena, con el mayor gozo e inspiración del alma, así como lo hizo el rey David, estaré entregando algo más que notas y melodía, estaré traspasando un mensaje de esperanza y salvación a mi prójimo.
Si predico con pasión, con ternura e inteligencia, la Palabra del Señor, para que los oyentes le conozcan a Él, sin pretender nada más, habré hecho el mejor servicio.
Y si oro por los míos, los amigos, los vecinos, mi ciudad y mi país; si oro por el mundo entero, escondido en mi habitación, seré premiado con el gozo de estar en comunión con el Creador.
Si converso donde vaya, en forma sencilla, escuchando las inquietudes, dudas o problemas del otro, poniendo atención a sus necesidades y le doy algún consejo o una palabra orientadora, estaré sembrando amor en el sendero, una semilla divina en la tierra necesitada.
Si tu don es hacer reír con gestos y palabras, tu paso por esta vida será una luz en medio de las tinieblas, como aquellos fuegos pirotécnicos que estallan en el cielo e iluminan los rostros de los espectadores; ellos piden que no cese el espectáculo y sólo quieren seguir disfrutando de tanta belleza.
Si tu llamado es visitar al enfermo, al desvalido, al que se quedó solo, a la viuda o al anciano, estarás llevando al Nazareno dentro de ti, y tus ojos verán y mirarán como Él, de tus labios saldrán sus palabras, tus manos serán sus manos al saludar y bendecir, y el corazón del visitado se volverá al Señor.
Si trabajas en la fábrica, la oficina, la escuela, el hospital, la casa, la calle, donde sea y lo haces con todo tu ánimo y amor, estarás brindando el más grande servicio a los hombres, pero sobre todo a Dios, porque tu trabajo hablará de Él.
Recuerda: Todo cuanto hagas, hablará de Jesucristo. “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor...” (Colosenses 3:23)

lunes, 6 de abril de 2015

HACEDLO TODO PARA LA GLORIA DE DIOS.


 
Si soy una persona libre, podré hacer cualquier cosa, pero siempre debo considerar que “Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica.” Es lícito que beba alguna bebida alcohólica, pero no es conveniente que me emborrache o me convierta en un alcohólico. Por otro lado, no voy a estar dando un buen ejemplo a mis hijos. Podemos hacerlo todo, siempre que no nos denigre moralmente o nos enferme, o sea algo repudiado por Dios.
Un principio importante a tener en cuenta al ejercer mi libertad es el amor al prójimo: “Ninguno busque su propio bien, sino el del otro.” Si siempre consideráramos qué es lo que hace bien a mi esposo o esposa, a mis hijos, compañeros de trabajo, amigos, no dañaríamos a nadie. ¡Cuántos errores hemos cometido por no considerar este principio, con el pretexto de que soy libre! Es cierto que somos libres, pero cuidado, que esta libertad no dañe a la gente. Ejerciendo mi libertad de expresión puedo herir con mi lengua; haciendo uso de mi libertad de protestar ante lo que considero injusto, puedo destruir la ciudad; soy libre, mas eso no me faculta para el libertinaje.
Como soy libre, puedo comer y beber a gusto. Dice la Biblia: “De todo lo que se vende en la carnicería, comed, sin preguntar nada por motivos de conciencia; porque del Señor es la tierra y su plenitud.” Todo ha sido creado por Dios y por lo tanto es bueno, tomando las providencias del caso. No voy a comer una carne putrefacta o un fruto venenoso. Alimentaré el cuerpo con comida sana. Una cosa es la fe y otra la medicina. Creo que todo es bueno porque fue creado por un Dios bondadoso. Pero también obedeceré sus prevenciones respecto a la comida. Y mi libertad no se verá afectada por ello. Coma o no coma sigo siendo libre.
“Si algún incrédulo os invita, y queréis ir, de todo lo que se os ponga delante comed, sin preguntar nada por motivos de conciencia.” Sea por razones de salud o religiosas, en nuestra sociedad nos encontramos con personas que no beben licor, no toman café ni te, no comen carne, cerdo, etc. Cada uno es respetable. En mi caso, me considero libre de esas leyes y si alguien me invita a comer a su casa, como de todo lo que me sirven, sin preguntar, sólo que me privo de sal y azúcar. Todo esto es personal.
En los tiempos del imperio romano, se sacrificaba animales a los dioses paganos. La carne de esos animales era vendida en los templos. Algunos pensaban que los cristianos no debían comprar ni comer esa carne. A veces los que no son creyentes piensan más en lo que nosotros los cristianos debemos o no hacer, y están pendientes de nuestra conducta. Por tal motivo el apóstol Pablo les aconseja a los cristianos de esa época: “Mas si alguien os dijere: Esto fue sacrificado a los ídolos; no lo comáis, por causa de aquel que lo declaró, y por motivos de conciencia”
Si la otra persona se va a sentir mal con nuestra conducta, mejor no lo hagamos y abstengámonos de esa comida o bebida. Si el otro va a tener una idea negativa de nuestra fe, tal vez sea mejor la abstención. Ni la comida ni la bebida me dominen, sino al contrario, pueda yo dominarlas. Pero todo esto no es por causa mía sino del otro, su conciencia débil en cuanto a la fe y la libertad. “La conciencia, digo, no la tuya, sino la del otro.”
La Escritura no es tajante en este punto y no nos ordena actuar en plena libertad ni tampoco someternos a la conciencia del otro. Más bien lo deja a nuestro criterio “Pues ¿por qué se ha de juzgar mi libertad por la conciencia de otro? Y si yo con agradecimiento participo, ¿por qué he de ser censurado por aquello de que doy gracias?” Si al comer damos gracias a Dios, todo alimento es bendecido y limpio.
En verdad depende del nivel de fe de cada uno cómo actuar, y del compromiso que tenga en la expansión del Evangelio. “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios. No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni a la iglesia de Dios; como también yo en todas las cosas agrado a todos, no procurando mi propio beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos.”
Los textos entre comillas corresponden a 1 Corintios 10:23-33.

miércoles, 1 de abril de 2015

UNA ESPIRITUALIDAD SANA.

 
 
Hoy en día en muchos lugares, además de las iglesias, se está hablando de la “espiritualidad”. Tal vez por los momentos conflictivos que vive el planeta en términos ecológicos, sociales, políticos, económicos, morales... hay un creciente interés en aquel campo prácticamente inexplorado desde la mirada científica y racional. Hasta hoy la espiritualidad ha sido territorio sólo de la mística, la teología, la religión y la metafísica.
 
Cabe preguntarnos entonces, qué es la espiritualidad. La raíz de esta palabra es “espíritu”. No puede haber espiritualidad si no hay espíritu. Alguien es considerado más o menos espiritual, si es que cultiva o no su espíritu. Se puede creer o no creer en la existencia del espíritu.  Algunos reducen el ser humano a dos componentes: el físico y el psíquico, es decir el cuerpo y la mente. Desde su perspectiva no habría un tercer elemento en el ser humano, como lo plantea la mayoría de las religiones: el espíritu, parte inmaterial del hombre capaz de contactarse con la divinidad.
Para los hebreos el espíritu es el “pneuma”, el “soplo de vida” dado por Dios al ser humano. Otros llaman espíritu al alma racional del hombre, la “psique” capaz de pensar, imaginar, crear, en fin manifestarse de un modo extraordinariamente superior a los animales. Algunos asignan la calidad de espiritual al ser sensible y artista. Todos estos acercamientos a la “espiritualidad” tienen un concepto en común: la espiritualidad descansa o se expresa como algo sutil y superior en el hombre y la mujer. No es una capacidad menor o que diga relación con aspectos burdos del ser humano.
Al parecer la “espiritualidad” está relacionada con la trascendencia. El ser religioso quiere trascender más allá de la vida, a la dimensión de Dios. El artista quiere trascender a una visión superior del arte, con una obra original que lo perpetúe. El filósofo quiere abandonar la ignorancia y trascender al conocimiento superior, la sabiduría. En todos los quehaceres humanos (ciencia, política, arte, tecnología, educación, etc.) habrá personas que quieran alcanzar algo indefinible que está más allá de su quehacer y de ellos mismos. Eso es la “espiritualidad”.
Todos los seres humanos de algún modo anhelan y buscan la trascendencia, y necesitan desarrollar su espiritualidad. El camino de Jesús es una alternativa de espiritualidad, muy efectivo si lo abrazamos y tomamos en serio. Es más que una religión o una forma de pensamiento. Ser cristiano es seguir a un Maestro llamado Jesús, el Cristo, quien es ejemplo vivo de lo que enseñó cuando estuvo en esta tierra. Es ponerse bajo su dirección espiritual, la que es altamente segura por su sabiduría, y someter el alma en obediencia, lo cual produce paz y confianza. Es transformarse en uno de sus discípulos, experimentando en carne propia el verdadero amor, que se expresa en una relación libre con Dios y la misericordia para con todo prójimo.
Ser un fanático que desprecia otras formas de fe, no es ser cristiano. Ser alguien cuyo único tema de conversación es su propia religión y todo lo remite a ese punto, no es ser cristiano. Ser un legalista que prohíbe comidas, bebidas, bailes y otras actividades humanas, por considerarlas paganas, eso no es ser cristiano al modo de Jesús. Rechazar toda filosofía, religión o planteamiento que no sea el mío, sin razonar, ese no es el verdadero espíritu del Evangelio. La intolerancia, la rigidez de pensamiento, el legalismo y la falta de amor son actitudes muy negativas que sólo dañan y destruyen la “espiritualidad”.