miércoles, 25 de marzo de 2015

PALABRAS DE SALVACIÓN.

 
El papel de los predicadores no es acusar, condenar ni juzgar a las personas, sino ayudarlas a comprender cuál es el camino que nos lleva a Dios. Nuestro ministerio debe ser un mensaje luminoso.

Exponer lo que el Creador considera negativo para el ser humano es nada más que abrir los ojos del que tal vez está haciendo algo incorrecto, pero lo que es malo lo es más para la persona que para Dios. A Él no le tocan nuestros errores, nada puede contaminarlo ni sacarlo de su estado de santidad. En verdad la Palabra de Dios es siempre una advertencia y sugerencia de formas de vida para que seamos felices. Lejos está de la intención divina volvernos personas amargadas o frustradas.
El único que podría condenarnos está en el cielo y es lo que menos desea. Más bien somos nosotros que con nuestro actuar sin fe nos auto condenamos.  “Ni yo te condeno” le dijo Jesús a la mujer adúltera, “Vete, y no peques más”. Los seres humanos somos muy proclives a hablar de la actuación de los demás y, sin tener autoridad moral para hacerlo, condenarlos. Vivimos preocupados del error del otro y no nos fijamos en nuestros propios errores; “vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”.
Dejemos el juicio a Dios, que es más sabio y tiene una mirada de misericordia sobre su creación. Nunca tendremos todos los elementos de conocimiento del ser humano,  ni la sabiduría necesaria para plantear un juicio justo. Aún los jueces civiles, que son profesionales de la ley, suelen equivocarse. Con mayor razón nosotros que desconocemos gran parte de la información que sólo maneja el Creador y además, somos igualmente condenables. Jesús dijo en una oportunidad “Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo” (San Juan 12:47)
Como seguidores del Maestro Jesús, nuestra misión no es juzgar al mundo, sino salvarlo. Dediquémonos entonces a ayudar a las personas, a escucharlas con amor, orientarlas, orar por ellas y bendecirlas, dándoles palabras de vida, esperanza y salvación, no de juicio ni de condenación.
 
 

jueves, 12 de marzo de 2015

SU ESPÍRITU VIVE EN NOSOTROS.


Estar en la Gracia es concebir el Evangelio como la más alta vivencia de libertad. Hay muchos tipos de libertad, pero la más genuina es aquella que nos otorga Jesucristo. El Evangelio del Reino de Dios es una buena nueva de libertad. Jesús vino a liberar a los que estaban presos del pecado, del diablo y del mundo. El sello del ministerio del Maestro es la liberación de toda opresión. Él vino a la Tierra para liberar a muchos de esas cadenas espirituales diabólicas que les tenían atados, sufrientes, ciegos, sin esperanza ni amor.

La condición del ser humano es la de un preso espiritual, encerrado en la mazmorra de la ignorancia, atado por la cadena del orgullo y la incredulidad, vestido con el traje del egoísmo y sometido a la tortura de la culpa. Su espíritu vacío no conoce el amor, pesa sobre su conciencia la acusación y falta de paz, su corazón sin fe ni siquiera confía en él mismo, y su mente desconoce la esperanza de gloria eterna. Es muy triste esta condición humana, alejada de Dios, indiferente a veces o atada a doctrinas que no son auténticamente liberadoras.
Jesús dijo “Conoceréis la Verdad, y la Verdad os libertará”. Este no es un asunto meramente intelectual. No se trata de aprender una doctrina teológica y adoptarla para sí, como quien se adscribe a una corriente de pensamiento, sino que consiste en hallarlo a Él, la Persona del Maestro, el Hijo de Dios, Jesucristo, quien se define a sí mismo como la Verdad: “Yo soy el camino, la Verdad y la vida”. Conocer a Jesús es conocer la Verdad, es una Persona más que una doctrina. Cierto es que su enseñanza llamada Evangelio, es muy cierta, pero sólo con el Evangelio, su conocimiento y práctica, no alcanzo la vida eterna. Ésta es posible para cada persona si conoce a Jesucristo, la Verdad.
Conocerlo a Él es tener un encuentro espiritual con Él, alimentarse de Él cada día, porque es “Pan del cielo”. No me refiero sólo a una comida litúrgica (comer el cuerpo y beber la sangre de Cristo) sino que a una configuración de nuestra vida al Maestro, ser uno con Él, dejar de ser yo y que sea Él en mi. El Apóstol lo expresa de este modo: “Ya no vivo yo sino que Cristo vive en mi”.

“9 Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. / 10 Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. / 11 Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.” (Romanos 8:9-11)

lunes, 9 de marzo de 2015

EL AMOR DE CRISTO NOS CONSTRIÑE.


Estar en la Gracia no es tan fácil como algunos podrían pensar, menos si se es pastor o tenemos un llamado ministerial. Porque quien está en la Gracia posee un corazón sensible –no digo que aquellos que no concuerdan con esta mirada no lo sean también- a la soledad del otro, a sus dilemas de fe, a sus dudas. Diría que nuestro llamado es a comprender a seres especiales, a personas diferentes, a veces cuestionadoras de la Iglesia tradicional o como ha sido conocida hasta ahora.

Nos ha tocado compartir con muchas personas que buscan a Dios fuera de las estructuras eclesiales. Si no tuviese el ministerio de la Gracia, las rechazaría, quizás las catalogaría como rebeldes, perdidos, incrédulos, individuos no sujetos, falsos cristianos y otros calificativos, faltos de amor, por cierto. He entendido que el verdadero va más allá de nuestras fronteras mentales, porque el amor de Dios es como Él, inmenso, una de las características de la Divinidad.
También han llamado a nuestra puerta hombres y mujeres esotéricos, orientalistas, con enfoques místicos distintos y no por eso despreciables o perdidos. Ellos con sus meditaciones, karmas, mandalas y todo tipo de prácticas y conceptos tan distintos al cristianismo, también son personas necesitadas de la comprensión y amor de Dios, ese Dios que también ilumina al oriente del planeta. ¿Por qué satanizar todo lo que no se ajusta a nuestra doctrina cristiana?
Abrir el corazón al que es distinto por razones sociales, psicológicas, físicas, emocionales o filosóficas, es una clave para la práctica del Evangelio que Jesús nos enseñó. Él atendió a la mujer extranjera y despreciada por los judíos, allí en el pozo de Jacob. Él mandó a sus discípulos que fuesen “a las ovejas perdidas de Israel”. Su último mandato fue ir a hacer discípulos “hasta lo último de la tierra”, allí no habría precisamente ortodoxia cristiana. Debemos los ministros de Dios y todo hermano, estar preparados para atender a los que son distintos, piensan y sienten diferente a nosotros.
Tolerancia, comprensión, humildad, misericordia, son virtudes que necesitamos desarrollar en un mundo complejo, donde la fe cristiana va perdiendo popularidad. La Gracia es la clave para un encuentro de las personas y los grupos con Jesús de Nazaret.

“11 Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres; pero a Dios le es manifiesto lo que somos; y espero que también lo sea a vuestras conciencias. / 12 No nos recomendamos, pues, otra vez a vosotros, sino os damos ocasión de gloriaros por nosotros, para que tengáis con qué responder a los que se glorían en las apariencias y no en el corazón. / 13 Porque si estamos locos, es para Dios; y si somos cuerdos, es para vosotros. / 14 Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; / 15 y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.” (2 Corintios 5:11-15)